En mi pueblo, Garbayuela, desde siempre y hasta que vinieron nuevos tiempos y nuevas carestías, la fuente a la que dedico este soneto, dio de beber a la gente que habitaba este lugar; y en sus pilares colindantes, también a los animales que, después de su faena diaria, necesitaban saciar su sed. A esta fuente, acudían continuamente, mujeres de diversas edades que, con sus cántaros en la cabeza o en su cadera, abastecían de agua al domicilio donde vivían o al de aquel donde prestaban sus servicios. La estampa que describo en este poema, es muy posible, o mejor, casi seguro, que sucediera en más de una ocasión.
La existencia de este manantial, en este punto geográfico, favoreció y desencadenó un trasiego de personas y rebaños que bien pudiera haber sido el origen de este asentamiento humano. Seguro que los estudiosos de la historia de este enclave, podrían explicar mejor que yo, la importancia que tuvo este hontanar a lo largo de su existencia.
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